viernes, 20 de noviembre de 2015

El trompetista

Dibujo de Troche
"Vamos a darle algo. Hay que fomentar el arte"

Esta frase, que continuó resonando en mi mente varias horas más tarde, fue la que mi madre pronunció casi sin darse cuenta cuando un artista ambulante con cara de inexperto cortó la calle para mostrar su música bajo el puente de mi ciudad. Flacucho, pícaro y con una pizca de incertidumbre asomándole por la comisura de los labios, así se presentó ante sus obligados espectadores el joven, con su trompeta reluciente en brazos. No pude evitar analizar hasta el más ínfimo detalle de su persona, incluso las escasas pertenencias con las que contaba, propias de un nómada que no se cansa de andar de camino en camino en busca de la moneda que le salvaguarde la existencia al menos por un día.

Sin embargo, pese a que los dones musicales del susodicho no eran lo que se diría dignos del Teatro Colón, el hombrecito se esforzaba por gustar, por ofrecer una melodía agradable y que transmitiera algo a quienes la oyeran, ya fuese alegría, gozo, tristeza, melancolía. Aunque no poseo el poder de leer mentes, puedo jurar que el verdadero propósito del músico no era ganarse el pan, sino provocar emoción en aquellos que lo oían: porque la recompensa del artista de espíritu no pasa por el contenido de sus bolsillos al finalizar la obra, sino por el de las emociones evocadas a lo largo de la misma.

La presentación no alcanzó a conmoverme, para ser franca, pero si lo hicieron las palabras que escuché inmediatamente finalizada la misma. Aunque se que mi madre no reparó en la profundidad que implicaba lo que había dicho, logró incitarme a reflexionar sobre la gran cantidad de artistas callejeros que andan por ahí intentando dejar una mínima huella en el mundo con su arte: cantantes, bailarines, actores, mimos, saltimbanquis, acróbatas, entre otros tantos cuyos talentos lamento no recordar. Es injusto, y genera impotencia el saber que la mayoría de ellos jamás llegará a los grandes escenarios, que el trompetista quizá no logre formar parte de una orquesta de renombre. Pero esa es la ley del arte: no todos podemos ser iluminados por la gracia de la belleza, no todos podemos ser el siguiente Picasso o el próximo Julio Boca. (La permanencia del más apto, citando a Darwin) El arte existe porque es algo único, un lenguaje del alma que sólo algunos pueden hablar.

A pesar de todo, tengo al creencia de que la perseverancia y la ambición son complementos necesarios y muy útiles para aquellos con problemas en el aprendizaje de este idioma. Sin dudas el trompetista no sabía todas las reglas gramaticales, pero podría asegurar que conocía la clave para hacerse entender.

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